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Mesa de Entidades Culturales

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Insistían antiguamente los visitadores –inspectores enviados por el Obispo para velar por el buen funcionamiento de los templos– en que las iglesias estuvieran abovedadas, y que si no se podía costear una bóveda de piedra o ladrillo se hiciera “aunque sea de madera”.

Puede parecer esto un poco despectivo hacia la madera, que hoy tanto apreciamos como material de construcción natural y cálido, pero que en otros tiempos era considerado de inferior calidad a la piedra. Sin embargo, lo cierto es que nuestros carpinteros levantaron unas magníficas bóvedas en madera que, una vez policromadas, en nada desdecían de las piedras ni en su complejidad ni en su calidad constructiva.
Nuestra propuesta de hoy es una visita a esas bóvedas de madera. Apenas una docena se conservan –hubo muchas más–, algunas en iglesias parroquiales, otras en ermitas.

1.- San Bartolomé de Olarte (Orozko)

Uno de los “focos” de este tipo de construcciones es Orozko. El ejemplar más antiguo debió de ser la de la iglesia de San Bartolomé de Olarte: construida hacia 1520, era de medio cañón con la cabecera estrellada, y todo estaría revocado y pintado para ocultar el material constructivo. Lamentablemente hoy sólo se conservan la bóveda del ábside y los arcos de la nave, pero esta estructura nos permite imaginar cómo sería lo perdido.

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2.- Natividad de Goikuria (Orozko)

El mismo modelo, pero mucho más tarde (1770), se aplicó en la ermita de la Natividad de Goikuria de Orozko gracias a un envío de dinero desde Méjico de un cofrade que quería que su ermita no desmereciera de las parroquias cercanas. Pero en este caso la bóveda conserva su policromía, restaurada hace algunos años. Un espectáculo.

3.- San Lorenzo de Ozerinmendi (Zeanuri)

En Arratia, nuestra próxima etapa, podemos acercarnos a la ermita de San Lorenzo de Ozerinmendi, en Zeanuri. En ella hacia 1550 se levantó una bóveda muy similar a las que hemos visto en Orozko: un medio cañón con marcados arcos fajones y claves talladas.

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4.- Mañaria y Zaldibar

Ya en el Duranguesado hay que destacar dos parroquias, las de Mañaria y Zaldibar. En ambas vemos vistosas bóvedas de nervaduras muy complicadas, con nervios curvos, claves talladas, capiteles esculpidos… La de Zaldibar es de hacia 1550, y actualmente sus nervios están en madera vista –en otros tiempos estarían pintados–, lo que delata el material constructivo. Pero en la de Mañaria, de 1586, está todo policromado… y les retamos a que encuentren algún indicio de que la bóveda es de madera.

5.- Markina-Xemein

Avanzamos hasta Markina-Xemein. Aquí hay que destacar, y mucho, las dos magníficas bóvedas tardogóticas de las ermitas de San Cristóbal de Iturreta y Santa Marina de Illoro. En ambos casos las techumbres, de hacia 1530, despliegan terceletes, contraterceletes, claves… Lástima que hayan perdido su policromía, porque sin duda serían espectaculares.
Más moderna, de hacia 1630, es la bóveda de la ermita de San Jacinto de Atxondoa. En este caso es una techumbre rebajada, casetonada, con decoración de almenas pintadas en blanco y negro.

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6.- Iglesia de San Andrés (Ibarrangelu)

Pero sin duda la joya de la corona de esta colección de bóvedas es la de la iglesia de San Andrés de Ibarrangelu. Terminada en 1559, es una gigantesca armadura de madera que cubre la totalidad del templo, dividida en cinco tramos y cada uno de ellos separado en tres bóvedas. Los nervios giran por todas partes, se entrecruzan, se concentran en claves, dibujan círculos, flores y rosetones… Y todo policromado imitando una falsa sillería y motivos vegetales en el polo central de cada tramo. En el presbiterio además aparecen el Padre Eterno y los apóstoles mezclados con otros motivos típicamente renacentistas de origen pagano: putti, garzas, grifos, calaveras, cuernos de la abundancia… Y en los arcos que separan los tramos hay batallas y personajes bíblicos. Un verdadero alarde. No en balde Gianluigi Colalucci, uno de los responsables de la restauración de la Capilla Sixtina, dijo que Ibarrangelu era “la Capilla Sixtina del arte vasco”–por cierto, que los últimos trabajos de Miguel Ángel en la Sixtina fueron en 1541, no tan lejos de las fechas de nuestra iglesia–.